El acto de besar es algo común en nuestra sociedad, un ritual de las parejas que se funden en besos apasionados en cualquier momento sin importar dónde ni cómo, un estallido fruto del deseo, que se prende de sabores, emociones, texturas e intercambio de secretos inconscientes que nos revelan que los besos tienen su función evolutiva.
Las feromonas activan la testosterona y por consiguiente se incrementa el apetito sexual, desempeñan un papel fundamental en el cortejo y la procreación. Besarse es mucho más de lo que nos imaginamos, implica una oleada de mensajes neuronales y sustancias químicas que producen tales sensaciones como el incremento de la excitación sexual, motivación y euforia.
Por lo que besarse es una forma muy efectiva para traspasar dichas sustancias de una persona a otra, de ahí que se hable de que el beso tiene su función evolutiva, ayuda a los humanos a encontrar una pareja adecuada haciendo que el amor o al menos la atracción, resulte literalmente ciega. Otro detector de las feromonas sería la nariz, (más concretamente el órgano vomeronasal) de esta manera la comunicación química puede explicar hallazgos como la sincronización de los ciclos menstruales entre compañeras de piso , o la atracción que sienten las mujeres por el olor de camisetas usadas de hombres cuyo sistema inmunológico es genéticamente compatible.
Así, pues, el beso constituye un predictor sorprendente que proporciona información subconsciente sobre la compatibilidad genética de una eventual pareja. Por lo que la razón biológica de que el beso desencadene en ciertas parejas un mayor deseo sexual, atracción y excitación producida por las feromonas proporciona información sobre qué pareja es posiblemente la adecuada, ya que si los besos de una pareja no producen niveles de excitación que alimenten el apetito sexual, resulta evidente pensar que dicha pareja no resultará compatible, ni la relación viable.
Besarse desencadena una serie de órdenes que son enviadas al cerebro produciendo dilatación pupilar, respiración más profunda, un embelesamiento que anula a la razón, suprimiendo la prudencia y conciencia de uno mismo. Todo esto sucede sin que nos percatemos. Tal como dijo el poeta Edward Estlin Cummings: “Son los besos mejor destino que la sabiduría”
Fuente: Chip Walter, «Labios que besan», Mente y Cerebro, 45, 2010, págs. 82-86.